viernes, 27 de abril de 2018

Tres minutos.


Mamá Cangrejo necesitaba algo para ordenar las conchas, unas algas estarían bien, pensó. Desde hacía un par de meses, la familia cangrejo vivía en un caos organizado. Diez pequeños cangrejitos tenían la culpa. Aprovechó el momento en el que papá Cangrejo llegaba para ir en busca de las algas.
–Ahora vengo. No los dejes solos –le dijo mientras chasqueaba sus pinzas al salir–, y si no les escuchas, ¡CORRE! No tardaré más de diez minutos.
El pobre papá Cangrejo asintió resignado, los pequeñines jamás le hacían caso. Meditó si estos se comportarían así solo para escuchar las risas de su madre mientras él, a su regreso, le contaba todo lo que le habían hecho en su ausencia. Ella, al final, siempre le decía lo mismo: «son pequeños, si no están moviéndose, algo va mal». Y así era.
Al salir esa tarde, mamá Cangrejo vio una concha de ermitaño vacía. Una preciosidad. Reflexionó un instante si llevársela. La cogería mejor a la vuelta, se decidió. «¿Para qué cargarla todo el rato?», resolvió; aunque a uno de sus pequeños le quedaría perfecta tampoco le hacía tanta falta.
Como buena madre, acabó cogiendo más algas de las que necesitaba. Se dio cuenta de regreso, cuando quiso tomar la concha, pero le fue  imposible; su lema: "más vale que sobre a que falte" le pasó factura de nuevo. Tendría que dejarla allí… otra vez y volver más tarde, dijo para sí resignada resoplando unas burbujas. Hacía más de media hora que se había marchado de la cueva y ese era el límite si quería encontrarla sin derruir. Mandaría a papá Cangrejo a buscar la concha, así le daría un poquito de aire; le vendría bien, se terminó de decidir.
Ya llevaba andados un par de pasos, pensando en sus cosas, cuando escuchó algo cerca. Le pareció el golpeteo de unas pinzas diminutas.
–Suena igual que mis pequeños, pero no, ¿qué cangreja iba a dejar solo a su cangrejito por aquí? Eso no cabe en el caparazón de nadie  –rumió para sí.
Anduvo dos pasos más y volvió a  escucharlo.
Su instinto maternal le hizo volverse para confirmar que no estaba equivocada. Allí, medio encerrado en una concha de ostra, con una minúscula abertura, un bebé cangrejo chasqueaba sus pincitas bastante inquieto. Era el cangrejito más rico que había visto jamás…, después de sus pequeños, claro. Suspiró.
Por más que observó, mamá Cangrejo no vio rastro de nadie por allí. El pequeñín estaba solo. Ella quiso tranquilizarlo, pero el cangrejito seguía nervioso en la concha, más bien se le veía asustado. Mamá Cangrejo no pudo sacarlo, aunque lo intentó con todas sus fuerzas, dejando a un lado las algas que traía. Tendría que romper la concha, reflexionó, y eso podría hacerle daño al bebé cangrejo.
–¿Es de alguien está concha? Hay un cangrejito en ella. ¡SOLO! –gritó sin disimular lo más mínimo su enfado.
A lo lejos vio como una cangreja de pinzas enormes, que también estaba amontonando algas, se dio por aludida. La miró con desafío mientras se le acercaba.
–¿Es su bebé? –le preguntó–. Está asustado y SOLO.
–Apenas hace tres minutos que me fui; además, está durmiendo.
–¿Crees que si durmiera yo lo habría oído? Está asustado y SOLO  –repitió de nuevo mamá Cangrejo.
–Han sido 3 minutos.
No podía creer lo que oía. Hacía más de media hora que ella misma había pasado por allí. Y menos crédito aún dio a lo que presenció después. La cangreja de enormes pinzas se fue sin más explicación para terminar de recoger sus algas dejando, por segunda vez, al bebé cangrejo solo en el interior de la concha.
Mamá Cangrejo empezó a sentir como le subía el nivel de hemolinfa y recordó esa frase que había escuchado a su madre en alguna ocasión: "Hay cangrejas que no deberían tener cangrejos."
En ese instante habría machacado a esa cangreja, todo y que aquella parecía más corpulenta y de pinzas más grandes. Pero no lo hizo. La verdad es que poco podía hacer salvo esperar a que volviera aquella crustácea mal encarada a por su bebé para asegurarse de que no le abandonase. Pensó en papá Cangrejo y en sus pequeños. Moriría sin ellos.
Esperó junto a la concha de otra y el cangrejito, una espera que se le antojó interminable. Fueron los diez burbujeantes minutos más largos de su vida. Ser madre es lo que tiene, hay un antes y un después.
«¿Y ahora qué? Nada», pensó. Le había hecho una foto a la concha y pensaba compartirla en InstaCrab, con lo ocurrido, pero de nuevo se dijo que eso no era muy legal, además de éticamente incorrecto. Y así quedó la cosa.
Cuando llegó a su cueva se llevó una gran sorpresa, esta vez fue papá Cangrejo quien había atado a los pequeños con las algas que mamá Cangrejo había dejado a medio atar. Por primera vez lo de "antes que sobre que falte"  había sido un acierto.

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